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Tejiendo




No lograba entender como tanta gente afirmaba no arrepentirse nunca de nada.
-Dicen que de nada sirve arrepentirse sino enmendarse, pero, ¿como puede lo uno sucederse sin lo otro?-, decía Manuela divertida mientras daba vueltas por la casa cambiando de lugar los adornos.
-Además, ¿Qué es eso de enmendarse?
La casa estaba cerrada, algunas lámparas iluminaban uno que otro rincón, lo  justo para no estar a oscuras.
Iba y venia con frenesí. Guardaba unas cosas en el tallercito de manualidades que también  funge como deposito de utilería del hogar, saca otras, repone una vela.
-¿Acaso puede enmendarse como el roto de una media?-, envistió. No estaba demasiado segura de ello. No le gusta zurcir.
--¡Lo echo, echo esta!  Luego solo queda procurar hacer las cosas diferentes.
-¡Vamos, a mi me parece!-, exclama levantando los hombros.
Toma entre sus manos al pequeñito buda de marfil. Le devuelve la sonrisa. Así se quedan unos segundos. Le coloca de vuelta en su santo lugar y en la manita le coloca un incienso.
 Ella si que se arrepentía de alguna acción tomada. Solo a veces, Dios gracias. ¡Lleva su tiempo superar un arrepentimiento!, solía decirse ante la impotencia de no saber cómo quitarse compañero de vida tan persistente como odioso.
Primero se va destiñendo hasta que desaparece. Ya sea inconscientemente o trabajando obstinadamente. Otras queda como una mancha en la piel. Y con eso se va viviendo.
Pero esa noche no le apetecía ser indiferente.

Se había echo algo tarde. Seria cerca de las once. Se estira a gusto, mira a su alrededor y celebra el cambio logrado. Prepara un trago, apaga las velas y sube a su baño para darse una ducha. La ducha esta destartalada. No mantiene la temperatura. De pronto esta más fría como caliente; dado que no quería luchar con las manillas, esta vez opta por que esta haga lo que le de la gana.  
Estuvo rica.
Cuando le supo a suficiente sale, se coloca la bata y se sienta en el saloncito que puso sustituyendo la bañera: una sillita estilo ingles y una mesita en la que tiene objetos privados y enciende un cigarrillo. Repasa lo echo y le da un vistazo a lo por hacer. Con el tiempo había ido aprendiendo a no apresurar las cosas.
-¡Solo con el tiempo!-, se recordaba. Incluso para desaprender y volver a aprender, todo a su tiempo.
Una vez mas, ve como se habían ido tejiendo los últimos acontecimientos de su vida, los efectos obtenidos por tal o cual.
Lo que le había parecido un error durante todo ese tiempo se  transformaba en un acto de coraje.
-Lo heroico es hacer las cosas cuando están en contra-, piensa.
Si, había sido una mujer valiente. Hay que ser valiente para permitir se cumpla un designio.
Maravillosamente comprende que su vida, lejos de estar enmarañada, estaba bordada. Ahora solo quedaba vestirse con ella. Había llegado  el momento de retomar los hilos y seguir tejiendo hacia su devenir con total felicidad.

Siente renovadas sus fuerzas. Aquella sombra llamada arrepentimiento ya no estaba.
Se supo ligera.
Pasada la página, podría disfrutar lo que se había procurado con tanto ahínco y dolor: una vida según su criterio.

Estaba a gusto.
En esta sensación se queda disfrutando un rato cuando una repentina llovizna le hizo salir de su monólogo. Con un abrazo se protege de la brisa al tiempo que busca ver la lluvia a través de la ventana entre abierta, respira profundo llenándose de su olor. Se supo desnuda.


Baja a la cocina, llena el vaso con abundante hielo y va al mesón donde esta el whisky y el agua. Al momento de mezclar el trago con el dedo escucha: no retrocedas, solo gira. Sin analizar, obedece. Coge el vaso y voltea.

Allí se encontraba, observándola, a escasos cincuenta centímetros, una gran araña. Al cabo de unos segundos gira sobre sus patas y con decisión echa a andar hacia la puerta.
Mira como sale.
Da un largo sorbo, sube por las escaleras y se mete en la cama.

Sonreía.

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