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Tejiendo

No lograba entender como tanta gente afirmaba no arrepentirse nunca de nada. - Dicen que de nada sirve arrepentirse sino enmendarse, pero, ¿como puede lo uno sucederse sin lo otro?-, decía Manuela divertida mientras daba vueltas por la casa cambiando de lu g ar los adornos. -Además, ¿Qué es eso de enmendarse? La casa estaba cerrada, algunas lámparas iluminaban uno que otro rincón, lo   justo para no estar a oscuras. Iba y venia con frenesí. Guardaba unas cosas en el tallercito de manualidades que también   funge como deposito de utilería del hogar, saca otras, repone una vela. -¿Acaso puede enmendarse como el roto de una media?-, envistió. No estaba demasiado segura de ello. No le gusta zurcir. --¡Lo e c h o, echo esta!   Luego solo queda procurar hacer las cosas diferentes. -¡Vamos, a mi me parece!-, exclama levantando los hombros. Toma entre sus manos al pequeñito buda de marfil. Le devuelve la sonrisa. Así se quedan unos segundos. Le coloca de vuelta en su s

Ojo de Gato

Disfrutábamos de las filloas con mermelada de auyama y plátano mojándolas en chocolate caliente cuando inusitadamente todo alrededor se sumió en silencio y nos fustigó la oscuridad solo menguada por la pálida y trémula luz de la caída de la tarde   que por las ventanas penetraba. Pasó una hora, dos y tres y a la quinta transcurrida sin que la luz se restaurara, nos fuimos a dormir con esa certeza tan propia humana de que al despertar, todo estaría normal. Inimaginablemente no fue así.   Cuando vinimos a ver ya no se veía nada, bajo aquella noche en plena luna nueva que ante nuestro estupor nos acobijaba. Al principio encendimos una vela hasta descubrir que aquello realmente iba en detrimento de nuestros ojos y cuando habido hecho lo preciso, justo y necesario la apagaba y así de continuo hasta que sentí   curiosidad de experimentar qué tan cierto puede ser eso de la luz del alma e invocándola dejé que me guiara por la casa a sus anchas como si de un juego se tratara.   Si

La Grieta en la Taza

De la olla sale el vapor. Mientras la borra de café reposa, Manuella, recostada en su silla, juega con el lápiz sobre un papel en blanco. Gira la cabeza y su mirada se encuentra con la vitrina empotrada en la que guarda cosas de valor: vasos y copas de cristal de Bohemia, copas de plata, cucharitas de marfil para el te y tazas. El aroma avisa que el café está listo; sin retirar sus ojos de las tazas se acerca y abre la puerta. Agarra una por una, las observa, las recuerda, escoge la que le regalara una tía por su matrimonio y que tenia una morocha que no está. Fue hacia la hornilla y vierte café en ella. Una mañana como esta,   Manuella tomaba su primer cafecito en esa taza, Luciano entró en la cocina, intercambiaron palabras sobre el ser y el estar, conversación que se daba día a día. Él la invitó a dar un paseo por el jardín mientras conversaban y se sentaron en el    tú y yo. Nada hubiera podido prepararla para escuchar: he decidido divorciarme. El café est